
Ismael Colmenares: “Quien no vote en las regionales está ayudando al gobierno de Maduro”
Prensa Notisur-
Para Ismael Colmenares, candidato a las primarias por el partido Copei, abstenerse de participar en las elecciones regionales es darle el apoyo al gobierno de Nicolás Maduro, es como votar por la revolución.
Dijo que aunque respeta la posición de quienes consideran que la Mesa de la Unidad Democrática no debió participar en las regionales, no comparte esa postura, agregando que el único armamento empuñado por la fuerza opositora durante estos años ha sido el voto y no es el momento de abandonar esa vía.
Indicó que en los actuales momentos todos los venezolanos son necesarios para salir de la dictadura de Nicolás Maduro, tanto los que estaban apartados de la política así como hasta del mismo sector chavista, que en la actualidad están en desacuerdo con las políticas del Gobierno.
Llamó a una gran unidad nacional, precisando que no duda que quienes se oponen a Maduro sean mayoría, recalcando que es necesario ratificarlo las veces que sea necesario.
Indicó que la comunidad internacional está respaldando al pueblo opositor, así quedó demostrado el pasado sábado 19 de agosto cuando embajadores de 19 países se presentaron ante la Asamblea Nacional a ratificar su apoyo a esta institución.
Ratificó que no es momento de rendirse, sino de seguir votando y así continuar ganando batallas para sacar del poder a Maduro, quien, a juicio de Colmenares, debería renunciar al cargo antes de diciembre.
Zona Roja
Davinci
Una estadística más
Era una tradición ir todas las semanas al Ávila. Llamé a mis amigos de siempre y nos pusimos de acuerdo para agarrar la camioneta juntos. Por lo general, eran los fines de semana que hacíamos el recorrido, principalmente los domingos. Suponía una buena forma para tener contacto con la naturaleza, pero también una buena excusa para vernos y pasarla bien. Al final mi amigo Mauricio me canceló. “Coño, otra vez”.
Fui hasta la Firestone que queda cerca de mi casa. Me encontré con Fernando, ese sí era fiel. Nos vimos en la cauchera y caminamos hasta la curva de la Plaza Madariaga: en dirección hacia lo que antes era La Planta. Agarramos la camioneta que pasaba por Capitolio. El plan era bajarnos en Metrocenter y luego irnos hasta Altamira en el metro.
Debo reconocer que estaba consciente de la realidad que se vivía día a día en el transporte público. En Venezuela, hace tiempo que la tranquilidad absoluta no era lo común al salir a la calle. Sin embargo, ya eso formaba parte de mí. No era un “ir pendiente” enfermizo, a pesar de que iba a una zona bastante peligrosa.
Fernando y yo nos sentamos en el antepenúltimo asiento, antes de llegar al puesto largo de atrás. Yo estaba del lado de la ventana y Fernando del lado del pasillo. Íbamos hablando de banalidades. Mi amigo cargaba la mayoría de sus cosas en el suéter y yo, en el bolso que tenía encima de mis piernas. El celular lo llevaba casi en las bolas, por motivos de seguridad.
A unas cuadras de Capitolio la señora, que estaba delante de nosotros, vio por la ventana unos hombres con pinta rara. Ninguno de los dos se fijó en ese detalle: estábamos distraídos en la conversación. Uno de los hombres saca un cuchillo y junto al otro se montan en la camioneta. Era un hecho, nos iban a robar.
Inmediatamente el hombre con el cuchillo comenzó a decir “Dame el celular mamagüevo, dame el celular”. A kilómetros se notaba que el “tipo” era un malandro. Típico que, al ver un morenito, flaquito con gorra plana ya pensabas lo peligroso que podía ser. Sin embargo, la esencia era lo peor. El tono con el que hablaba, todo sobra’o y alza’o. El segundo se quedó en la puerta, quitándole las pertenencias a los primeros y también haciendo de escolta. El del cuchillo iba pasando por los puestos amenazando a la gente.
Había convertido mi bolso en una pelota y lo escondí debajo del asiento. Yo estaba pálido y supongo que Fernando también, pero en ese momento no le vi la cara.
“Si el bicho se pone muy popi le entrego el iPod”, pensé. Siempre lo cargaba conmigo. Agarré el bolso de nuevo para sacar el reproductor de música. Todavía el sujeto no había llegado a nuestro puesto.
El hombre del cuchillo estaba drogado y probablemente podía hacer esa gracia de darle mi iPod en vez del celular. En mi país ese tipo de aparatos no se recuperan con tanta facilidad. Si te roban el celular tendrás que pasar un largo rato sin uno. No conseguía el iPod y mientras trataba de ubicarlo el hombre estaba delante de mí. Antes de que se diera cuenta, volví a lanzar el bolso al piso.
El cuchillo estaba al frente. Ya no tenía nada que ofrecerle, no había encontrado el iPod. Mi celular no lo iba a dar tan fácil. Hice algo arriesgado. “No tengo nada”, dije. Había varios escenarios posibles: que siguiera insistiendo hasta que le entregara algo, que me metiera una puñalada y se fuera con el bolso o que se creyera el cuento de que no tenía nada. Por supuesto, existían muchas más posibilidades, pero esas fueron las que me llegaron en el momento.
El hombre, entre la droga y lo rápido que tenía que robar, siguió. No nos quitó nada. Ni a mí, ni a Fernando. A la señora de atrás le robaron el celular. “Vámonos, vámonos”, dice el de la puerta. Ambos hombres salieron corriendo. Salimos ilesos de esa.
Luego de eso nos echamos a reir. “A mí no me van a robar con cuchillo, yo lancé los reales al suelo”, dice el señor de al lado. Él cargaba 40.000 bolívares en efectivo. Volteamos y la señora de atrás estaba llorando. Era como el quinto celular que le robaban. Mientras le dábamos ánimo llegamos a Capitolio.
“Fernando vamos hacer una vaina”, le dije a mi amigo. “Dale, sí va”. Era extraño, parecía existir una complicidad entre los ladrones y el chofer. La camioneta no se detenía y robaron casi a todos, ¿menos al chofer? Esos eran cómplices. “Hermano nos robaron”, le dije al chofer. Él asintió y nos dejó bajar sin ningún problema. Cuando salimos nos echamos a reir.
La experiencia en la camioneta se convirtió en una estadística más.
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